lunes, 19 de agosto de 2024

Capitulo 1: La vigilia del fuego







El crepitar del fuego rompía el silencio de la densa oscuridad del bosque. El grupo nómada había establecido un pequeño campamento en un claro, rodeado por árboles altos y sombríos. Las sombras danzaban en los rostros de aquellos que dormían, refugiados en el calor de la gran hoguera que ardía en el centro del campamento.


En la quietud de la noche, *Makur*, un hombre de hombros anchos y manos callosas, estaba de guardia. Su mirada vigilante recorría el borde del claro, atento a cualquier movimiento o sonido inusual. Sabía que, aunque los lobos aullaran en la distancia, el verdadero peligro podía acechar mucho más cerca.


De entre las sombras, su hijo *Talru*, un joven aún no completamente curtido por la vida nómada, se deslizó junto a él. El muchacho, de grandes ojos curiosos, se había desvelado, incapaz de conciliar el sueño. Se rascaba con frecuencia el cuello y los brazos, donde las picaduras de mosquitos le causaban incomodidad.


—**“Ata, niara kekan ilaku. Niari pimanil ni ara noya.”** —se quejó *Talru* en *Tamín, la lengua ancestral*. "Padre, no puedo dormir. Las picaduras de los mosquitos me pican mucho."


*Makur* lo miró con una mezcla de orgullo y preocupación, pero también con una sonrisa cálida.


—**“Bu, oğul. Gençsin ve canlısın. Bu, yaşının ve gücünün bir işareti.”** —respondió *Makur*, con una voz baja y grave. "Eso es bueno, hijo. Eres joven y estás lleno de vitalidad. Es una señal de tu juventud y fuerza."


*Talru* suspiró y se frotó nuevamente el cuello, molesto por las picaduras.


De repente, un fuerte aullido rompió el silencio de la noche. *Talru* se tensó, reflejando inquietud y miedo en sus ojos.


*Makur* notó la inquietud de su hijo y lo abrazó ligeramente. Su sonrisa se mantuvo mientras le decía:


—**“Kurtlar ateşten yaklaşmaz. Ateş bizi kötü ruhlardan korur.”** —dijo suavemente. "Los lobos no se acercan al fuego. El fuego nos protege de los malos espíritus."


*Talru* asintió lentamente, encontrando consuelo en las palabras de su padre. La tensión en sus hombros se desvaneció, y poco a poco, el miedo fue reemplazado por el cansancio. Sin decir más, se acurrucó junto a su padre, dejando que el calor del fuego y la seguridad de la guardia lo envolvieran. Antes de darse cuenta, había caído en un sueño profundo, su cabeza descansando en el regazo de su padre.


*Makur*, con una sonrisa serena en el rostro, acarició el cabello del niño. Levantó la vista hacia la luna, brillante y redonda, colgada en el cielo como un antiguo guardián. Sabía que, aunque los tiempos eran difíciles, mientras tuvieran el fuego y se mantuvieran unidos, su gente sobreviviría.


***


Con el amanecer, el campamento se llenó de actividad. Las mujeres, con cestas tejidas de ramas, se adentraron en el bosque para recolectar frutos y setas, mientras que los hombres se preparaban para la cacería. *Talru*, aún con la mente adormecida por los sueños de la noche, seguía a su padre con una lanza que aún no manejaba con destreza.


Los días de cazar mamuts y otros grandes animales eran solo recuerdos lejanos, historias contadas al calor de la hoguera. Ahora, debían conformarse con la caza de pequeños animales, roedores y conejos que poblaban el bosque.


El joven intentó emular a los mayores, observando con atención cómo su padre se movía silenciosamente por entre los árboles. Cuando por fin vio a un conejo a la distancia, trató de apuntar con su lanza. Pero su mano temblaba y el arma voló de sus dedos, cayendo inofensivamente al suelo. *Makur* movió la cabeza en señal de desaprobación, aunque su mirada no era dura, sino paciente.


De repente, un sonido rasgó el silencio del bosque. Los hombres se detuvieron, tensos, mientras el crujido de ramas revelaba la presencia de un jabalí. *Makur* sabía que estos animales no eran rápidos para huir, pero podían ser peligrosamente agresivos cuando se sentían acorralados. Con calma, alzó su lanza, preparándose para el ataque.


Sin embargo, antes de que pudiera lanzar, un lobo solitario, rápido y silencioso como una sombra, saltó de entre los matorrales y se abalanzó sobre el jabalí, mordiéndolo en el cuello con una fuerza sorprendente. En segundos, el jabalí cayó, y el lobo lo arrastró entre los arbustos, desapareciendo en la espesura del bosque.


Los cazadores, entre ellos *Oktai*, *Bainar* y *Eltek*, quedaron paralizados, sorprendidos por la velocidad y precisión del lobo. *Makur*, con la lanza aún alzada, dudó por un momento, pero el animal ya se había desvanecido en la maraña de árboles y matorrales. Bajó el arma, frustrado por la pérdida de una presa tan valiosa.


La mañana continuó con poco éxito. Al final, solo un pequeño roedor había sido capturado por *Makur*, lo que dejaba a la tribu con un banquete bastante escaso. Sin embargo, *Oktai*, uno de los cazadores más experimentados, había logrado cazar un cervatillo, lo que fue una valiosa adición al escaso botín del día.


A pesar de todo, el día no había sido del todo infructuoso. Para *Talru*, fue una lección más en el largo camino hacia la madurez. Mientras cargaban su escasa caza de vuelta al campamento, *Makur* echó una última mirada al bosque, donde el lobo había desaparecido, y supo que la caza seguiría siendo un desafío constante.


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jueves, 15 de agosto de 2024

El Crepúsculo de la Atlántida

El Crepúsculo de la Atlántida







El submarino Ictíneo III se deslizó en silencio por las profundidades oscuras del Atlántico, cerca de las costas de Cádiz. A bordo, un grupo de científicos y arqueólogos mantenía la respiración contenida, conscientes de que estaban en el umbral de un descubrimiento histórico. Llevaban años preparándose para este momento, persiguiendo leyendas y rastros antiguos. La Atlántida, el mítico reino perdido, podía estar a su alcance.


El sonar del submarino emitía un leve zumbido, proyectando en sus pantallas imágenes borrosas del lecho marino. La tensión era palpable mientras descendían más allá de los límites explorados, donde la luz del sol no había tocado en milenios. Todo el equipo sabía que estaban entrando en un territorio inexplorado, un abismo donde el mito y la realidad podían colisionar.


De repente, el radar captó algo enorme que se movía en las profundidades. Una sombra gigantesca se acercaba rápidamente. Los científicos apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que un colosal pez, con mandíbulas capaces de destrozar el acero, embistiera el submarino. Las alarmas resonaron en la pequeña cabina, mientras el Ictíneo III maniobraba desesperadamente para evitar ser destruido.


El pez, una criatura antigua y desconocida, desapareció en la oscuridad tan rápido como había aparecido. Tras unos minutos de tensión y nervios, los sensores se estabilizaron, y la tripulación, aún temblando, continuó su viaje.


Entonces, el sonar captó algo diferente, algo que no pertenecía a la naturaleza. A medida que se acercaban, las pantallas empezaron a revelar las formas de lo imposible: una ciudad sumergida. Columnas de piedra se alzaban majestuosamente desde el fondo del océano, conectadas por murallas cubiertas de algas y corales. Estatuas de leones, congelados en el tiempo, custodiaban la entrada a lo que parecían templos y palacios, ahora colonizados por la vida marina.


Los científicos se quedaron sin palabras al contemplar las ruinas de una civilización perdida, más grandiosa de lo que jamás habían imaginado. La Atlántida, en toda su gloria olvidada, estaba ante ellos. Edificios repletos de inscripciones en piedra, escritos en una lengua que no podían comprender, narraban historias de un pasado que había permanecido oculto durante milenios.


El equipo exploró la ciudad sumergida, grabando cada detalle, cada inscripción, cada escultura. Era el hallazgo más significativo en la historia de la humanidad. La emoción era palpable; sus corazones latían con fuerza, sus rostros estaban iluminados por sonrisas de incredulidad y alegría. Habían logrado lo impensable: encontrar la Atlántida. El entusiasmo era contagioso, y la idea de regresar a casa y compartir su descubrimiento con el mundo les llenaba de una inmensa satisfacción. Sabían que su nombre quedaría inscrito en la historia como los descubridores del último gran misterio del océano.


Pero cuando el Ictíneo III finalmente emergió de las profundidades, su júbilo se convirtió en desconcierto. El mundo que dejaron atrás había cambiado de manera inimaginable. Las costas de Cádiz, que antes eran vibrantes y llenas de vida, ahora estaban desoladas. Los edificios estaban en ruinas, las carreteras cubiertas de vegetación y enredaderas. No había señales de vida humana. Solo animales, vagando libremente por las calles y los campos.


El equipo observó atónito cómo la civilización había desaparecido, borrada de la faz de la Tierra en el corto tiempo que ellos habían estado bajo el mar. Era como si el destino de la Atlántida se hubiera repetido, y la humanidad, en su búsqueda de la historia antigua, se hubiera convertido en una nueva leyenda, perdida para siempre.


Miraron en silencio el desolador paisaje, entendiendo que habían compartido el mismo destino que aquellos cuyos restos habían encontrado bajo el mar. Sus miradas se dirigieron hacia el horizonte, donde el cielo se tornaba de un rojo ardiente. El sol se desvanecía lentamente, sumiendo el mundo en una penumbra inquietante. Los últimos rayos del sol se reflejaban en los restos de la civilización caída, mezclándose con el rojo del crepúsculo.


El silencio se volvió aún más profundo, mientras el equipo contemplaba el final de un día y, quizás, el final de una era. El horizonte se desdibujaba en una imagen de destrucción y esperanza, como un recordatorio de que la vida, aunque en ruinas, siempre podría encontrar una nueva oportunidad. Pero en ese momento, lo único que podían hacer era mirar, mientras el sol desaparecía y el cielo rojo se convertía en la última visión de un mundo que había cambiado para siempre.



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miércoles, 14 de agosto de 2024

Jack el lobo Morrison



**Jack “El Lobo” Morrison**




Jack “El Lobo” Morrison era un hombre de pocas palabras y muchos kilómetros recorridos. Prefería la soledad de la carretera a cualquier compañía. Esa noche, tras horas de conducir sin descanso, decidió detenerse en un pequeño bar de carretera, uno de esos lugares donde las sombras parecían más largas y el aire más pesado.


El lugar estaba medio vacío. La música de fondo apenas lograba ahogar las conversaciones en voz baja. Jack se sentó en la barra y pidió un whisky. No tenía intención de quedarse mucho tiempo, solo lo suficiente para despejar la mente antes de volver al camino. Fue entonces cuando la vio.


Ella estaba al otro lado del bar, apoyada en la pared con una actitud que parecía decir que estaba acostumbrada a ser observada. Su cabello rojo encendía el lugar, cayendo en rizos desordenados sobre sus hombros. Cuando sus miradas se cruzaron, ella le sonrió de una manera que no dejó espacio para malentendidos.


Sin mediar palabra, Jack la invitó a unirse a él en su mesa. Se presentó como Lena, y durante un rato hablaron de cosas sin importancia, aunque ambos sabían por qué estaban allí. La conversación no tenía peso, pero algo en ella le recordó a Jack una parte de su vida que prefería olvidar. Esa risa, esos gestos… algo en Lena era inquietantemente familiar.


Cuando Jack sugirió continuar la noche en su camión, Lena aceptó sin dudar. Subieron juntos y emprendieron el camino por una carretera solitaria, donde las luces de la ciudad se desvanecían en el horizonte. Lena no preguntó a dónde iban, y Jack no ofreció explicaciones. La tensión en la cabina crecía, y Jack sentía una mezcla de deseo y repulsión hacia ella que no podía comprender.


Finalmente, llegaron a un punto aislado, en lo alto de un acantilado donde el viento y las olas eran los únicos testigos. Jack detuvo el camión y apagó el motor. El silencio se volvió casi palpable. Lena lo miró con una sonrisa juguetona, pero Jack no pudo responder. Algo en su interior se rompió.


Sin decir una palabra, la agarró por el cuello. La sonrisa de Lena desapareció, reemplazada por una expresión de sorpresa y terror. Jack apretó con más fuerza, sus manos temblando mientras la vida se escapaba de ella. No era Lena quien moría entre sus manos; era algo más, algo que Jack había querido destruir desde hacía mucho tiempo.


Cuando el cuerpo de Lena quedó inerte, Jack la arrastró fuera del camión y la lanzó por el precipicio. El mar rugió abajo, reclamando el cuerpo sin vida como suyo. Jack se quedó un momento mirando, esperando sentir algún tipo de liberación, pero lo único que sintió fue un profundo vacío, un eco de algo mucho más oscuro.


Subió de nuevo al camión y arrancó. La carretera se extendía ante él, pero su mente estaba atrapada en el pasado. Mientras conducía, empezó a notar una presencia en la cabina, algo que no estaba ahí antes. Miró de reojo y su corazón se detuvo. Sentada en el asiento del copiloto estaba Lena, pero sus ojos eran fríos, y su sonrisa, la misma sonrisa que había visto tantas veces antes, le heló la sangre.


“No importa cuántas veces lo intentes,” dijo la figura con una voz que resonaba en su mente. “Siempre estaré aquí para hacerte la vida imposible.”


Jack reconoció la voz de inmediato. No era Lena. Era su madre. El mismo cabello rojo, la misma risa cruel que lo había perseguido toda su vida.


El miedo y la desesperación se apoderaron de él. Intentó mantener el control del camión, pero la risa burlona de su madre llenaba la cabina, haciéndolo temblar. En una curva cerrada, sus manos ya no respondieron. El camión se salió de la carretera, cayendo al vacío, mientras la risa de su madre seguía resonando, burlándose de él hasta el último instante.


El impacto fue brutal, y todo quedó en silencio. El mar volvió a reclamar otro cuerpo, mientras la figura con cabello rojo se desvanecía, satisfecha en su victoria eterna.