Capítulo 2: Las Historias del Fuego
La gran fogata en el centro del campamento ardía con fuerza, proyectando destellos brillantes que iluminaban la oscuridad. Todos los miembros de la tribu se habían reunido alrededor del fuego, compartiendo historias y canciones que hablaban de batallas épicas y hazañas de tiempos pasados. Las melodías, cargadas de nostalgia y orgullo, resonaban en la noche.
Oktai, conocido por su habilidad para contar relatos, era quien más narraba las historias. Algunas eran sobre sus propias hazañas, mientras que otras relataban las proezas de sus antepasados. Las historias se entrelazaban con las canciones, creando un tapiz de memoria y tradición que mantenía viva la historia del clan.
El anciano de la tribu, Balin, intervino en la conversación. Con una voz pausada y profunda, relató historias sobre un tiempo en el que el clima era menos cálido y los animales eran gigantescos. Describió cómo los hombres se cubrían con el pelaje de esos mismos animales para desafiar el frío intenso. Los niños y niñas escuchaban con fascinación, sus ojos brillando con asombro mientras imaginaban los tiempos antiguos.
Con el paso del tiempo, el cansancio venció a la mayoría. Uno a uno, los miembros de la tribu se acomodaron para dormir, dejando que el fuego crepitante fuera su última visión antes de cerrar los ojos. Esta noche, el turno de guardia le correspondía a Eltek, uno de los cazadores más jóvenes.
Talru, nuevamente desvelado, se acercó a Eltek. El joven cazador notó la inquietud en el rostro del muchacho.
—“Talru, sunibkya iru?”
"Talru, ¿hay algo que te preocupa?"
Talru dudó antes de responder, su mirada fija en el fuego.
—“Suni kema, su. Me seni ni nëg-šti pa mi tata. Noma suni devar, mi kema yura pa kema."
"No puedo dejar de pensar en que soy una deshonra para mi padre. No hago más que meter la pata, y a veces desearía desaparecer."
Eltek se sorprendió. Sabía lo difícil que era perder un padre, y Talru realmente era un chico afortunado.
—“Ona kema, Talru. Su puri. Noku kema, tata suni ma. Mi tata oki ki yom, mi mo su. Osabas oki suni pi. A pi no-bu si yoma mi oma ni si. Su kema, mi bu Osabas oki itari mi tata. Yoma mi tata no puri ni mi mo, a pi nebu si, pi yom suni puri.”
"Yo no tuve la misma suerte que tú, Talru. Mi padre murió cuando yo era muy pequeño. Mi tío Oktai ocupó su lugar. No ha sido muy bueno con mi madre ni conmigo. A veces desearía que hubiera sido Oktai quien hubiera muerto en lugar de mi padre. Pero esos pensamientos son peligrosos. Los dioses no desean el mal para nadie.
Talru asintió lentamente, sintiendo el peso de las palabras de Eltek. El joven cazador le habló de la importancia de apreciar lo que uno tiene y de no desear el mal a otros, incluso a aquellos que parecen injustos.
—“Tata puri, suni tura. Su kema yura. Su tata bur si puri ni su pati nebu.”
"Tu padre es comprensivo y buena persona. Seguro que aprenderás muchas cosas con él."
Con esas palabras de aliento, Talru se acomodó nuevamente al lado de la fogata, sintiendo el calor que emanaba del fuego y el consuelo en las palabras de Eltek. Poco a poco, el sueño lo venció, y se quedó dormido bajo el resguardo de la fogata que seguía ardiendo con fuerza.
Al amanecer, el grupo se preparó para la cacería. Subieron una colina siguiendo el rastro de un ciervo. Mientras caminaban, Talru notó algo a lo lejos. Se apartó del grupo y vio a un majestuoso lobo solitario que sostenía un pequeño roedor en la boca. El lobo, que parecía joven, andaba tranquilo y no mostró signos de agresividad. Talru se sentía invadido por el miedo y la emoción del momento, apretaba su lanza con fuerza, pero decidió no intervenir y permitió que el lobo se alejara.
Su padre lo llamaba desde lejos, y era hora de volver al campamento antes de que el cielo nublado se convirtiera en tormenta. Encontraron una cueva cercana para refugiarse de la lluvia que se avecinaba. La noche fue fría y los relámpagos iluminaban el cielo, creando una atmósfera inquietante.
Dentro de la cueva, la hoguera aún ardía, aunque con una llama más débil. La madre de Talru, Keila, y otra mujer se acercaron a la leña que habían recogido esa misma mañana para mantener el fuego vivo. Mientras los relámpagos continuaban su danza en el cielo, el anciano Balin comentó que los dioses estaban molestos por algo, pero que al día siguiente harían las paces y la tormenta cesaría, igual que ocurría con los sentimientos humanos.
El grupo se acurrucó en la cueva, sintiendo el calor reconfortante del fuego y la seguridad del refugio temporal. Aunque la tormenta rugía con fuerza, dentro de la cueva, la tribu se mantenía unida, enfrentando las adversidades.
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